martes, julio 01, 2008

La cordura de un Dios.


La primera vez que lo vi no supe interpretar bien su mirada, taciturna, distante, mirando hacia un vació que me traspasaba. Pero con el tiempo comencé a estudiarlo, lo veía pasar largas hora mirando por la ventana, suspirando quizás por pasajes de su vida pasada. Nadie lo visitaba y no recibía correspondencia de ninguna persona, ni siquiera sabía su verdadero nombre, solo sabía que le decían “perro”. Cada vez que lo visitaba en la celda, me miraba como si no existiera, como si pudiera ver más allá de mí, y se quedaba horas contemplando la imagen de la pared.

Su habitación era roñosa, húmeda y asfixiante, la pintura se descascaraba día a día de las paredes. Cuando lo enviaron acá pensaron que podría mejorar, pero el tiempo y las drogas habían hecho que perdiera por completo la cordura.

No fue hasta que había pasado un año de la primera visita cuando por fin se atrevió a hablarme. Se acerco mirándome a los ojos y me dijo—Lárgate, no eres real, como nada acá—

Solo lo mire y me reí y me fui a recorrer el hospital. Después de unos minutos de caminata me encontré con Mendoza y le pregunte si creía que yo existía. Me miro como si estuviese loco y se alejo por el pasillo. Decidí no complicarme por tal asunto y seguí viéndolo de vez en cuando como lo hacia y siempre repetía lo mismo –Lárgate, no eres real –. Nunca pude entender porque decía eso, pero al pasar los meses me fue imposible quitarme de la cabeza sus palabras, comencé a comer menos, y no podía dormir. Con el tiempo, me obsesione tanto que tuve que dejar el hospital por consejos de mi psiquiatra.

Y cuando fui a verlo por ultima vez me dijo –Yo soy el Dios de este mundo, y hago desaparecer a quien yo quiera –

Quizás tenía razón, pues yo había dejado de existir en su mundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo prefiero la pelá de cable, pero este tiene la suyo. aplicate con la peli. chao pescao

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